FÁBULAS PÉRFIDAS
Es habitual que los animales que protagonizan las fábulas hagan gala de comportamientos mezquinos, egoístas, traicioneros, rencorosos… El antropomorfismo es lo que tiene. La Naturaleza puede ser cruel, pero cuando la dotamos de atributos humanos se transforma en una auténtica hija de la gran puta.



SINOPSIS
En los cuentos actuales el lobo es vegano, la zorra hace galletas para el conejo, la liebre y la tortuga no se retan a carreras, y la cigarra y la hormiga apuestan por una economía colaborativa, sin importar quién aporta más.
Ya no se juega a ganar. La ley de la jungla ha sido derogada. El león ya no es el rey. La oveja negra es la más popular. Los ratones celebran las fiestas sobre el lomo del gato. Y todos —perdón, todes— son felices, y no les hace falta comer perdices porque si quieres, puedes.
Es habitual que los animales que protagonizan las fábulas hagan gala de comportamientos mezquinos, egoístas, traicioneros, rencorosos… El antropomorfismo es lo que tiene. La naturaleza puede ser cruel, pero cuando la dotamos de atributos humanos se transforma en una auténtica hija de la gran puta.
Aquí no encontrarás más que bichos con aviesas intenciones, fauces, zarpas, púas y pieles rasposas, venenos, lenguas viperinas, bocas de lobo, nidos de víboras, depredadores, parásitos, aves carroñeras, malas hierbas que nunca mueren y cuervos que te sacarán los ojos.
las moralejas transmitidas en estas fábulas no son muy moralizantes. Consulta a tu coacher o recurre a Instagram si necesitas leer mensajes empoderadores o frases motivadoras.

POR MUCHO QUE TE ESFUERCES, NO VAS A LLEGAR
El año de la rata

La rata no gozaba de buena fama entre el resto de alimañas del bosque, debido, tal vez, a sus continuas escapadas al vertedero de la ciudad. «Tanto contacto con los humanos no puede ser bueno» -hasta el zorro se permitía el lujo de juzgarla a la ligera, tal era su calaña. Tenía también la rata el dudoso honor de ser la más astuta, eso sí, por vil y traicionera. Por eso cuando les propuso semejante plan, los demás animales no se fiaron ni un pelo:
-¿En serio nos animas a tomar la ciudad y expulsar a los hombres para vivir nosotros en ella? ¡Te has vuelto completamente loca, rata! – El primero en hablar fue, como siempre, el cuervo. Agorero como siempre en sus manifiestos, que para algo era ave de mal agüero, fue él, con sus dramáticos graznidos, quien encabezó el primero de los votos en contra.
Los chillidos del cuervo animaron a la masa, y una maraña de gruñidos, bufidos, gañidos, cacareos y aullidos agitó las ramas del castaño, testigo mudo de aquellas asambleas que rara vez resultaban fructíferas. La votación parecía unánime en su negativa. ¿En qué cabeza cabía que unas simples comadrejas, liebres, mangostas, urracas o musarañas pudieran vencer la brutalidad del hombre? Si aún contasen con la zarpa del oso pardo entre sus armas quizás habrían tenido una mínima oportunidad, pero fue precisamente la intervención humana la que provocó su extinción de aquellos bosques. Así pues, ¿qué probabilidades tendrían ellas, insignificantes criaturas que corrían a esconderse en sus guaridas nada más percibir señal humana, ya fuera voz, pisada o ruido de motor?
Escuchemos sus argumentos, si es que los tiene – la lechuza, que apenas había ululado hasta aquel momento, dictó sentencia. Si todo esto es alguna clase de artimaña juró que la destriparé yo misma para que sirva de ejemplo. El tiempo vuela y es precioso, no estamos para perderlo… Pero si existe alguna maniobra, por rastrera que sea, para librarnos del hombre, estoy dispuesta a escucharla. La situación en el bosque ya es insostenible: talas, fuegos, cacerías… Llamadme loca, o desesperada, estoy dispuesta a escuchar a la rata. ¡Habla, pero habla claro! Ni masculles ni farfulles entre esos dos dientes sucios y afilados que tienes.
He contraído una grave enfermedad, muy infecciosa y letal. Todos los allí reunidos se apartaron instintivamente, poniendo aire de por medio, ante la confesión de la rata, a la que pareció divertirle la reacción en masa. No debéis preocuparos lo más mínimo, he comprobado que no ha hecho mella alguna en mí, y podría asegurar que tampoco habría de afectar a vuestra salud, compañeras… Pero sí he podido verificar, y van tres ocasiones ya, que resulta mortal para los humanos.
Siempre llueve en los entierros
¿Sabes lo que me ha dicho la taxista camino de Puente Duero? Que «siempre que iba con alguien al cementerio, llovía». Y a mí, ¡qué tonta!, me ha dado por pensar que tal vez todo sería diferente si te hubieras muerto en un día soleado.
por Marta Baeza