Siempre llueve en los entierros
¿Sabes lo que me ha dicho la taxista camino de Puente Duero? Que «siempre que iba con alguien al cementerio, llovía». Y a mí, ¡qué tonta!, me ha dado por pensar que tal vez todo sería diferente si te hubieras muerto en un día soleado.
por Marta Baeza

SINOPSIS
Carmen, de Valladolid. No tiene mucho más que poner en su perfil de Facebook. Después de enterrar a su esposo, debatiéndose entre el dolor y el alivio, sin haber tenido nunca oportunidad de contar demasiado, ni de hacer demasiado, ni de vivir demasiado, Carmen no sabe muy bien cómo definirse. Sentada frente al ordenador que le regaló su nieta, ante ella se abre una ventana que, lejos de mostrarle un futuro prometedor, le trae un mensaje de un fantasma pasado: la solicitud de amistad de Pablo del Valle. Su difunto marido.
«¡Como si fuera lo mismo percibir un aroma, que dar a una tecla! Claro, que ahora tampoco estoy yo para ser olisqueada, que con la edad hasta las mejores colonias acaban pareciendo antipolillas. A mí, de todas formas, me sigue pareciendo muy raro. En vez de verse la cara, hablar por ahí (señala hacia un lado), sin verse. Y, además, ¿qué voy a contar yo? Si lo más feliz que he vivido en los últimos 30 años ha sido tu entierro».
En el paisaje de llanura verde y amarilla,
en los campos parduzcos,
en la tierra de surcos.
Sí, todavía.
Todavía tú. .

¿Se puede bailar en un entierro?
Escena 2. Todavía tú.
CARMEN.— O a lo mejor es él. Y «te solicito amistad» dice. ¡Como si no hubiéramos sido amigos nunca! ¡Como si 30 años juntos no hubieran sido suficientes! Además, ¡qué foto! Si es de hace 20 años… Y con esa sonrisa tan falsa. Vamos, igualita que aquella con la que me decía «¡Carmen, coño, a la cama!».
(…) Voy a escribirle una carta a Facebook, explicándole que no estás, bueno que estás… que estás… Y vamos, que yo sepa, desde el otro lado no me puedes solicitar ni amistad ni nada. ¡O al menos deberían prohibirlo!
(…) Pero, ¿a qué has venido? (asustada) Ay, qué nervios… Pero eso no puede ser. Si yo te vi, ahí (llora y señala hacia el sofá). O igual no, porque luego se te llevaron muy rápido y quizá te salvaste y no me dijeron nada. Pero sí te vi después. Aunque, claro, en el tanatorio estabas tapado. Yo no sé por qué María quiso hacerlo así. ¿Y entonces? ¿El entierro? ¿A quién enterramos? Ay, señor, quítame de esta angustia (vuelve a llorar).
(…) No tiene sentido, no tiene ningún sentido. Si estás vivo, ¿por qué no vienes a hablar conmigo directamente? ¿Tú qué sabes si yo estoy en el ordenador o no? Si esto ha sido así, de repente. Si yo no quería y fue Lucía la que me metió en este lío. Si además tú no has tocado un ordenador en la vida. ¿Para qué te vas a publicitar por ahí? ¿Qué buscas? ¿Y si te ve alguien? Imagínate lo que pueden decir en el pueblo…